domingo, 25 de octubre de 2009

MALÉFICA

Olga M. Cortez Barbera




Sí, la casa de tía Moma es maravillosa pero, al oscurecer, cuando los habitantes del pueblo duermen, se sumerge en un abismo de tinieblas. Entonces, la hiedra trepa por las paredes, las arañas abandonan los escondites y los murciélagos salen de las sombras.
Durante el día es encantadora. Cuando los hilos de sol se mezclan con los jirones de la madrugada, el cielo se pinta de rosado y la casa resplandece como una estrella de colores. Sobre las tejas las palomas picotean entre gorjeos. Por las ventanas abiertas, las cortinas parecen girasoles que juegan con el viento.
Deliciosos aromas escapan a la calle y despiertan el apetito de los niños que van a la escuela. Dicen que, si alguien pasa un dedo sobre las paredes y lo lame, siente los sabores del caramelo, la vainilla y el chocolate. Más, cuando llega la noche, todo cambia, porque la casa de tía Moma esconde un secreto.
No existe una persona en el pueblo que pueda decir quién la construyó, ni cómo ni cuándo. De repente un día estaba allí, hermosa y acogedora. Después, llegó tía Moma. Una mañana, la gente la encontró quitando las hojas secas de las matas del jardín. Para los pobladores fue como si ella viviera allí desde siempre.
Las flores, los pájaros y los ricos aromas de la cocina comenzaron a atraer a los niños. A la gente le parecía normal que ellos, después de clases, visitaran a la dulce tía. Se hizo costumbre que las risas infantiles recorrieran los patios y las habitaciones y escaparan, cual canarios, por las ventanas. Como por encanto, enjambres de mariposas aparecían en el jardín.
El rumor llegaba a todos partes: tía Moma poseía una colección extraordinaria de juguetes, pelotas y estampas de los jugadores más famosos y cualquier cosa que a los niños se les antojara. La casa era mágica y allí nada era imposible.
De pronto, empezó a sentirse algo inexplicable. Aunque el sol alumbraba como siempre, todo palidecía como si se cubriera de una sombra fantasmal. Los niños comenzaron a entristecer. Teniendo todo para ser felices, era raro que eso sucediera.
Los padres y los maestros empezaron a observarlos. Así se dieron cuenta de que, cuánto más tiempo pasaban con Moma, más grande era la tristeza y más hermosa la casa. Algo sucedía. Tía Moma era una señora cariñosa, pero había que investigar.
En las afueras del pueblo vivía un sabio muy viejo que conocía todas las historias del mundo. Por eso la gente no dudó en pedirle ayuda. Tal vez, él pudiera darles la respuesta.
–Creo que es el momento de sacudirles la memoria –les dijo.
En la medida en que les contaba lo que había pasado, todos comenzaron a recordar. La casa de tía Moma era una casa abandonada y el pueblo había sido atacado por el embrujo del olvido.
–Sí –continuó el sabio–, así fue. La casa los esperó hasta que el largo río del tiempo la transformó en un esperpento. Al principio, tenía la esperanza de que ellos regresaran. Las casas eran para albergar las risas de los niños, el trino de las aves y el susurro de las plantas, además de consolar las tristezas. Por eso, ésta se creía ajena a la soledad.
–¿Qué pasó después? –le preguntaron.
Según él, cuando las flores del jardín y la fuente del patio se secaron, los pájaros también se fueron. Y mientras la fachada se perdía detrás del matorral que no dejaba de crecer, la casa se fue hundiendo en la melancolía. Sintió cómo se desvencijaban las puertas y las ventanas. La gente hacía comentarios dolorosos: “¡Qué fea!”, “¡Es una vergüenza!”, “¡Deberían derrumbarla!”
Más tarde, comenzaron a decir que ojos diabólicos aparecían a través de los vidrios rotos. Por eso, cuando los niños se acercaban a los jardines descuidados y algún un gato en cacería hacía crujir la hierba seca, todos escapaban entre alaridos:
–¡Ahhhhhhhhh, corran que nos atrapan!
La casa, antes tan bonita, apartó su tristeza para transformarse en una cáscara maléfica.
Cuando el sabio dejó de hablar, todos se mostraron asustados. Entonces, ¿cómo era que la casa lucía tan hermosa? Sólo por la influencia de un monstruoso encantamiento. ¿Estaban los niños embrujados?
–¡Vamos allá! –gritó la multitud–. Hay que acabar con la anciana siniestra.
Tía Moma ya no era gentil ni bondadosa.
–¡Esperen! –gritó el sabio–, debo decirles cómo combatirla –pero estaban tan exaltados, que no lo escucharon.
Con el rugido de las voces, la anciana se asomó a la ventana. No estaba sorprendida. Salió al jardín más encantadora que nunca. Los habitantes del pueblo se asombraron con lo que veían a través de la puerta abierta. No dudaron en entrar. Allí estaba lo que ellos querían. Al momento, todos jugaban con los juguetes de su infancia y reían como chiquillos. Las mariposas salían por las ventanas.
Entre tanta felicidad, la gente olvidó de nuevo. Tía Moma sonreía y la casa era a cada momento más bella. El aleteo de las lindas polillas llenaba de colores la tarde. A los pocos días, mujeres y hombres también entristecían. Es media noche. La luna se cubre con las nubes invernales. Tía Moma juega con las mariposas en cautiverio. Cada vez son más. Qué importa que la casa esté fea. Será por unas horas, cuando todos duermen y no la ven, cuando todos sueñan y no la visitan. Pero, en la mañana, apenas despierte la luz, las liberará. En las alas llevan trocitos de la alegría del pueblo. La alegría embellece. La casa nunca más estará sola. Tía Moma es el alma de la casa. Ella está feliz.

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Este cuento pertenece a mi amiga y ex alumna Olga M. Cortez Barbera, quien esta semana obtuvo en el concurso de relatos breves para niños de la revista El Mangrullo (Argentina) el tercer premio y una de las menciones, con dos relatos que envió. ¡Enhorabuena, Olga!

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